Debida a las emisiones de gas de las industrias pesadas, refinerías o centrales térmicas (dióxido de azufre, cloro, metano, monóxido y dióxido de carbono, óxido de nitrógeno, dioxinas, partículas sólidas y otros), causantes de la lluvia ácida o del efecto invernadero, debido al aumento constante de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera y, en menor medida, a otros gases como el metano o el NOx, que destruyen la capa de ozono y afectan al cambio climático planetario (Azcárate/Mingorance, 2002: 161ss).

El problema de la lluvia ácida da lugar a la acidificación de lagos y deterioro de los bosques de Europa central. Pero el problema medioambiental a nivel planetario que ha despertado una mayor sensibilidad en la sociedad es el del cambio climático, y la repercusión del aumento en la utilización de combustibles fósiles en el recalentamiento planetario por el llamado efecto invernadero (Faucheux/N.el,1992).

 Los vertidos a las cuencas fluviales y a los litorales marinos, procedentes de las industrias que utilizan agua para procesar, refrigerar, etc., como es el caso de las industrias del papel, las industrias extractivas, las químicas o las centrales térmicas, pueden producir un proceso de eutrofización (aumento considerable de algas que al pudrirse consumen el oxígeno y destruyen la destrucción de la vegetación y la fauna acuática).

El aumento de la circulación marítima y el transporte de combustibles en grandes petroleros con gran capacidad de carga, representan una auténtica amenaza para la contaminación de los océanos (como ejemplos, el accidente del Prestige en noviembre de 2002, frente a las costas gallegas; o el pesquero ruso “Olega Naydenov” en abril de 2015, en la costa de Canarias, el vertido accidental de patitos de goma, peleas, ...).

El almacenamiento y las fórmulas de eliminación de los residuos tóxicos han dado lugar, en muchas ocasiones, a auténticas catástrofes medioambientales (como es el caso del accidente de las minas de Aznalcóllar, en abril de 1998, que contaminó al Parque Natural de Doñana).

Tanto la producción de energía, como los procesos de transformación, transporte y consumo, implican un impacto notable sobre el medio ambiente. La magnitud de estos impactos dependerá de la fuente de energía utilizada y de las técnicas empleadas.